Cual greñudo y piloso nazareno,
amigo de alimañas y fieras,
piel de camello sobre cuerpo enjuto,
como hijo del ayuno y de la estepa,
Juan Bautista predica en el desierto,
-inhóspito desierto de Judea-
y anuncia la llegada del Mesías,
de quien es precursor y fiel profeta.
Y dice que se siente indigno siervo
de soltar sus sandalias y correas.
"¡Allanad y hacer rectos los senderos;
preparad los caminos del Señor,
porque a punto de llegar está el Mesías
y exige "metanoia", conversión.
Los que esperáis ansiosos la llegada
del Mesías -Ungido del Señor-
purificad los cuerpos y las almas
en las aguas del Jordán y del perdón!"
Y cuando aquel cobarde rey Herodes
mande un día te corten la cabeza,
y Salomé, danzante, se la sirva
en preciosa plateada bandeja,
todos verán, beodos y asombrados,
que tú aún sigues con la boca abierta
gritando la Verdad que nunca muere,
gritando la Verdad a boca llena.
¡Qué bien supiste, Juan, ser de Jesús
su precursor, testigo y fiel profeta!
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