sábado, 4 de julio de 2009

La Samaritana (Jn 4)

Cuando te acercaste al pozo
en busca de agua clara,
-como hacías cada día-
alguien ya allí te esperaba
para ofrecerte "agua viva",
¡un agua que siempre mana!

-"Mujer, dame un poco de agua,
que traigo sed del camino
y reseca la garganta;
y este pozo está muy hondo,
ayúdame tú a alcanzarla."

-"¿Y tú me pides a mí,
-siendo como eres judío-
sin tener ningún reparo,
ni pensar que contamino?"
-"Si supieras quién te pide,
le pedirías tú a él,
y él te daría "agua viva"
que calmaría tu sed;
y si bebieras de este agua,
no tendrías que volver
cada mañana a buscarla,
porque brotaría en ti
como un manantial que salta,
como surtidor gigante
que la vida eterna alcanza."
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La roca en la que brotó
el agua en pleno desierto,
dice Pablo, que era Cristo,
plenitud y acabamiento.

Y, hoy, la Fuente tiene sed
de ser por todos bebida:
"el que tenga sed que venga,
yo le daré un agua viva".

Tengo una sed insaciable,
-dijiste en la cruz un día-,
queriendo a todos decir
que nuestra sed compartías.

No busquéis ya el agua viva
en pozos que jalonaron
la marcha de vuestros padres
y que sus manos cavaron;
buscad de ahora en adelante,
el nuevo Pozo artesiano
del que brota el Agua Viva,
de nombre ¡Espíritu Santo!

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