La muerte nace al tiempo que la vida,
será su compañera inseparable,
será un perro, de sombra insoportable,
pegado a sus talones en la huída.
El saber que mi vida ya va herida,
que mi muerte ha de ser inevitable,
-fecha de caducidad ya invariable-
es saber que he perdido la partida.
Si es así de fugaz y contingente,
tan frágil y tan poco duradera,
el hombre razonable y buen creyente
aspirará a otra Vida Verdadera:
la Vida en Cristo, el eterno Viviente,
sin esqueleto ya ni calavera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario