domingo, 29 de julio de 2007

Tomás, el mellizo incrédulo (Jn 20)

"Yo, si no veo, no creo";
yo tengo que ver su cara,
-rostro de resucitado-.
"Tengo que palpar su cuerpo,
meter mi dedo en sus llagas
y mi mano en su costado."

Nosotros, Tomás hermano,
sólo podemos decir
que sí hemos visto al Señor,
y que está resucitado;
que ya ha vencido a la muerte
y a su poder se sustrajo.

"¡La paz con vosotros sea!",
contigo, Tomás, primero,
que te las echas de listo
pidiendo, exigiendo pruebas,
queriendo meter tu dedo
en mis llagas y haber visto.
¡Mete tu dedo y tu mano
y quedarás convencido!

"¡Señor mío y Dios mío!"

Tomás, yo sólo te digo
que ese es bienaventruado,
el que sin ver ha creído".

Y esta bienaventuranza
será siempre la primera:
será bienaventurado
el que su vista acompasa
a la luz de la fe ciega;
la fe que ni va palpando,
ni exige clarividencias.

Nosotros somos, Tomás,
tus auténticos mellizos,
en todo iguales a tí:
¡siempre queriendo palpar
con todos nuestros sentidos,
y poder decir: ¡lo vi!

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