La viuda de Sarepta, una pagana,
le entrega al buen Elías, el profeta,
un panecillo de una harina escueta,
pues, ya no queda más para mañana.
Otra viuda, hebrea, casi cristiana,
se desprende de su última peseta
y a pobreza total queda sujeta,
mas sabe que ante Dios es rica y gana.
Dios bendice a las almas generosas:
ya no faltará harina en la artesa,
ni el aceite en las alcuzas pringosas.
Y el desprendido vive la promesa
de que Dios le dará, entre otras cosas,
que no falte el pan en su humilde mesa.
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