Con perezoso paso,
cabizbajos y desesperanzados,
-lamentando el fracaso-
regresan apenados
a Emaús, y un tanto avergonzados.
Un peregrino extraño,
se puso a caminar cabe a su vera:
-¿Qué es ese rostro huraño
y esa voz lastimera,
y cuál la discusión que os altera?
-¿Ignoras qué ha pasado
aquí, en Jerusalén, en estos días?
¿cómo han crucificado,
entre mil villanías,
al profeta Jesús, nuestro Mesías?
-"¡Qué torpes en creer
cuanto dicen las santas Escrituras:
cómo iba a padecer
la cruz y sus torturas,
para entrar en su gloria en las alturas!"
-¡Ya hemos llegado a casa,
ya se acabó, por fin, nuestro camino!
Ven con nosotros, pasa
amigo peregrino,
comparte nuestro techo, pan y vino.
Sentados a la mesa,
toma Jesús el pan y lo bendice;
lo parte, y ¡oh sorpresa!
aquel gesto predice
que está vivo y presente, ¡el pan lo dice!
Y con su fe pascual,
-que es fe viva y recien resucitada-,
con ánimo jovial,
corriendo a gran zancada,
vuelven a desandar la ruta andada.
Su hondo, alegre gozo,
se vio en Jerusalén centuplicado;
un grito de alborozo:
"¡está resucitado!
¡se apareció a Simón, y él lo ha afirmado!"
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