Una lluvia de hojas revolando
va cayendo en siseos mortecinos,
como aquél que se muere suspirando
o sufriendo desmayos femeninos.
Sobre alfombras de amarillos cetrinos,
estoy por el Retiro paseando
pensando en coincidencias de destinos,
al tiempo que el rosario voy rezando:
¡Que se muere la hoja y yo me muero,
que corremos los dos la misma suerte!
Pero mi fe cristiana a mi me advierte
que no muero del todo y por entero:
¡Santa María tutela mi muerte,
ruega por mí, pecador el primero!
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