El creyente, es como un niño que juega
a dejarse caer, ojos cerrados;
y lo hace alegremente, confiado
en los brazos del padre que lo espera.
Y es, como circense funambulista
que recorre la cuerda del misterio,
-ojos vendados al vértigo y al miedo-
y la esperanza como red amiga.
Sobre el abismo del misterio oscuro,
sólo una fe y una esperanza vivas
pueden tender sus puentes por encima
y trascender sus sombras y sus muros.
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