Un día, Marta y María,
-estando Jesús muy lejos-
le envían recado urgente:
-"Tu amigo está muy enfermo".
-"Su enfermedad no es de muerte";
diles así mensajero;
diles que sólo será
como un leve y dulce sueño.
"¡Pronto le iré a despertar!"
Antes de llegar Jesús,
en Betania hay llanto y pena:
¡Lázaro se había muerto,
se había muerto de veras!
Cuantro días ya enterrado
en el fondo de la cueva,
seguro que hasta ya olía,
como Marta le dijera.
-"Si hubieras estado aquí
no habría muerto mi hermano!"
le dicen Marta y María,
como en reproche velado,
por no haber llegado a tiempo
a curarle con sus manos.
Todos se lamentan, lloran
lágrimas de desconsuelo;
Jesús siente su dolor,
lo siente y llora con ellos.
-"¡Ay que ver cómo le amaba!
Pero, si dio vista a un ciego,
¿cómo no pudo curar
a su buen amigo enfermo?"
Sobre el lamento y la duda
de los amigos del muerto,
se oye la voz de Jesús
que grita a los cuatro vientos:
-Soy vida y resurrección
para todos cuantos creen
que soy el hijo de Dios,
enviado a dar la vida
venciendo muerte y dolor.
Manda que corran la piedra,
y ordena con fuerte voz:
-"Lázaro, amigo, sal fuera!"
te lo manda el que te amó
y el que es tu amigo de veras.
¡Dejadle ya caminar,
desatadle ya las vendas!
Todo aquel que crea en mí,
aunque muera vivirá,
porque soy la misma Vida
que os llama a resucitar.
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