El asnillo y el buey del nacimiento,
se pasaban las horas contemplando
al bebé, chiquitito y sonriente,
que nació a medianoche, allí en su establo.
Y, asombrados, se dicen y comentan:
-¡Este niño, es un niño un tanto extraño,
acaso sea un rey o alguién divino;
desde que en el pesebre fue acostado,
una paz honda y un aire alegre
están por el establo revolando!
Y en esto que, humilditos, sigilosos,
junto al asno y al buey afortunados,
todos los animales del belén
dejaron su lugar y se acercaron.
Y en voz tenue -no se despierte el Niño-,
cabe el pesebre apretados,
con mucha devoción y sin remilgos,
cada cual su oración fue desgranando.
Un corderillo le dijo:
- Tú eres el Cordero Santo
¡gracias por haber querido
hacerte un cordero manso,
y por hacerme tu signo!
Y una blanquita paloma,
-con un arrullo ensayado-
le cantó una nana al Niño
que hablaba de paz y abrazos.
Y una gallinita pinta
le dijo cacareando:
-¡gracias, porque en mi humildad
alimento a los humanos!
Al oir estas palabras,
dijo un bien cebado pavo:
-¡yo sí que soy delicia,
yo sí que soy un buen plato
para celebrar las fiestas
de tu nacimiento humano!
Y un cerdito, bien rechoncho,
dijo humilde y cabizbajo:
- ¡ espero, niño Jesús,
que algún día tus cristianos
me aprecien y me bendigan,
y del jamón no hagan ascos!
Y, hete aquí, que un ratoncito,
-atusándose el mostacho-
se presentó de improviso
y dijo con desparpajo:
-¡Yo también vengo a adorarte,
y a decirte, en mi descargo,
que lo que afirma esa copla
de un villancico profano,
de haber sido yo el causante
del roído descarado
del calzón de San José,
¡mentira!, ¡que quede claro!
Una vez pasaron todos
junto al pesebre rezando,
hizo su presencia el búho
con sus redondos ojazos:
- Señor, Luz de las naciones,
Sol que nace de lo alto,
esplendor de claridades,
¡gracias por haberme dado
estos ojos que perforan
cielos oscuros y opacos!
Sólo hoy, por vez primera,
llegué a sentirme ofuscado
por esa luz de los tuyos,
tan divinos y tan claros.
Y con esa autoridad
de un buho prudente y sabio,
les dijo a sus compañeros:
- ¡vamos muchachos, volvamos
a ocupar, de nuevo, el puesto
que tenemos asignado;
sigamos siendo el adorno
del belén del Niño Santo!
Y el Niño abrió sus ojitos,
y a todos los fue mirando
con una mirada tierna
que era sonrisa y abrazo.
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