Esta oración inocente,
esta súplica, estos rezos,
quiero hacerte, muerte mía,
hasta que el día postrero
llegues, a pasos silentes,
nanas cantando a mi sueño,
mi largo sueño de muerte
amortajado en silencios.
Y esta es mi oración creyente:
Ven a mí, hermana muerte,
no cuando yo te llamare,
mas cuando a Dios agradare.
Ven a mí, hermana muerte,
no como yo te lo pida,
sino como Dios decida.
Yo acepto, Jesús, mi muerte,
y la acepto desde ahora,
como aceptaste la tuya
cuando te "llegó la hora"
que el Padre quiso ofrecerte.
Quiero correr yo esa suerte:
que mi voluntad se incluya
en un "cuando", "donde" y "como"
quiera el Padre hacer la suya.
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