Ese pintor que fue Lucas,
te retrata tan de veras,
más pobre y con más miseria:
tirado, como basura,
en el medio de la calle,
para que algunos te pisen,
para que los más se aparten.
Más de una vez te pusiste
en el zaguán de aquel rico
de los festines diarios,
vestido en púrpura y lino.
Y allí estás, muerto de hambre,
esperando las migajas,
las sobras y desperdicios,
pero nunca te las daba.
¡Siempre pasaba de largo!
Sólo los perros lamían
la suciedad de tu cuerpo
y de tus llagas podridas.
Su corazón, insensible,
sus ojos no quieren verte.
Tú, para él no existías,
eras invisible, ausente.
No era asco ni desprecio,
era la ausencia total
del humano sentimiento
del que ya no puede amar
porque tiene el corazón
metalizado, sin más.
Cuando Dios, en su justicia,
decretó al infierno al rico,
también tuvo para el pobre
reservado un paraíso.
El Señor hizo justicia:
¡cada cual está en su sitio!
Para llegar hasta Dios,
ignora a menudo el rico,
que el camino es el hermano
y que no hay otro camino;
que "el infierno no es el otro",
que el infierno es mi egoismo.
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