¡Quién pudiera cantar, como mereces,
tu dilatada, santa, humilde historia,
mi candil de antiquísima memoria,
portador de una luz que siempre ofreces!
Los oscuros rincones esclareces,
y a lo que era sombra mortuoria
le pones aureola, luz de gloria,
que en ronchitas de luz siempre floreces.
La mecha, en el aceite va empapada,
un aceite evangélico y cristiano,
signo de caridad fraternizada.
¡Mi candil tenga aceite cotidiano!:
sin caridad, mi mecha está apagada
y no puedo ver el rostro al hermano.